“Esto también pasará”, le dice un sabio al rey, en un mensaje secreto que guardaba en su anillo para una eventual situación límite; y con esa frase el rey pudo alejarse de la desesperación, y sobreponerse a sus circunstancias.
Esto también pasará, me repito frecuentemente, cuando veo extenderse la pandemia de un modo jamás imaginado.
Hace unos veinte años que practico Yoga, y he pasado por diferentes técnicas dentro de esta disciplina hermosa y diversa. Empecé a hacerlo por curiosidad, e inmediatamente me sentí en casa; muy a gusto con lo que iba explorando y conociendo. Mientras atravesaba circunstancias difíciles de mi historia, comencé a sentir que mi refugio y mi lugar de paz, lo encontraba en esta práctica. Desde ese momento necesité profundizar en sus técnicas y quise aprender a compartirlas.
Hace unos nueve años y luego de dos formaciones, comencé a dar mis primeras clases de Yoga; al principio tímidamente, siendo consciente de cuánto me quedaba por aprender. Continué estudiando luego en India durante dos intensos y maravillosos meses, y sigo haciéndolo hoy en forma virtual. Sin embargo, desde el primer día me invadió una alegría inmensa por estar compartiendo una herramienta que me había traído profunda paz y claridad. La sensación de estar aportando aunque sea un granito de arena a la estabilidad física y emocional de otras personas, fue y sigue siendo un regalo incomparable.
El Yoga es una disciplina milenaria que se cree surgió en la India estimativamente hace unos 5.000 años; durante el último siglo se trasladó a Occidente con una fuerza impensada, especialmente la rama del Yoga que trabaja con posturas físicas, a las que se denomina ásanas. Y por más que ásana sea solo una parte de las numerosas técnicas que incluye el Yoga, puede considerarse como un punto de partida, la puerta de entrada a un mundo de prácticas y conocimientos que apoyan la vida, y que nos ayudan a sacar a la luz la mejor versión de nosotros mismos.
La práctica del Yoga es una herramienta que nos ayuda a aquietar la mente, y para eso trabaja con el desarrollo de la atención. ¿Por qué? Porque según esta disciplina lo que somos en esencia (espíritu o Purusha), está tapado por nuestras emociones, pensamientos, sensaciones. Como el fondo de un lago que no puede apreciarse si hay movimiento en su superficie; cuando el viento se calma y las aguas se aquietan, recién ahí podemos percibir su profundidad. Lo mismo en la vida, cuando logramos armonizar nuestro cuerpo, aquietar nuestra mente y emociones, logramos percibir la profundidad de lo que somos: paz, amor, consciencia pura.
¿Y cómo puede ayudarnos esta práctica en tiempos de Pandemia?
Sabemos que la mejor forma de cuidarnos de todas las enfermedades es mantener un estilo de vida saludable para que nuestro sistema inmunológico se encuentre fortalecido. Aquí es donde la práctica de posturas físicas (ásanas), ejercicios respiratorios (pranayamas) y meditación hacen su principal aporte.
Con la práctica de ásanas, vamos recuperando vitalidad en nuestro cuerpo físico; los malos hábitos posturales y/o el sedentarismo, hacen que ciertas zonas del cuerpo dejan de usarse, atrofiando fascículos musculares y rigidizando las articulaciones. La sangre fluye mucho menos en estas zonas, que reciben entonces menor cantidad de nutrientes y pueden eliminar residuos celulares con menor eficiencia.
En Yoga se trabaja con posturas combinadas con respiración, que ayudan a movilizar todas las zonas del cuerpo, teniendo como eje el estiramiento de la columna vertebral en todos los sentidos posibles. El trabajo de fuerza, equilibrio y flexibilidad combinado nos permite recuperar y mantener un cuerpo fuerte y flexible, mejor preparado para enfrentar los desafíos de la vida cotidiana.
Mi maestro de Ashtanga Yoga Alejandro Chiarella afirma que “los movimientos y las posturas relajan la musculatura vertebral, abriendo las salidas de los nervios, renovando los niveles de vitalidad y energía en los órganos”. Y continúa “el efecto más interesante que causa el Yoga en el sistema nervioso es la profunda calma y relajación que se puede generar durante la práctica, y especialmente en el momento de la relajación final. Una gran cantidad de neuroquímicos son producidos en el cerebro en ese momento (las endorfinas, por ejemplo) y volcadas al torrente sanguíneo para llegar a todas las células, que en esos instantes se encuentran en estado receptivo. Estos neuroquímicos… tienen poderosos efectos benéficos sobre la armonía, la vitalidad celular y sobre el sistema inmunológico”.
El trabajo de meditación, contribuye y profundiza el trabajo de ásana y pranayama; nos ayuda a suspender la cascada de pensamientos que habitualmente nos invaden. Y según el maestro de Yoga español Danilo Hernández, “las prácticas de meditación nos ayudan a estar más conscientes de lo que sucede en cada momento. Nos enseñan a aprovechar cada situación, independientemente de sus características, para profundizar en el autoconocimiento, así como para desarrollar nuestra capacidad de respuesta y activar el inmenso potencial que llevamos dentro”.
Considero que el Yoga tiene muchísimo para ofrecernos en este tiempo de interminable Pandemia. “Esto también pasará”, me sigo repitiendo, y continúo más que nunca aplicando esta disciplina en mi vida como herramienta para vivir con mayor ecuanimidad, con mayor coherencia, y con más calma. Porque al final de cuentas cada crisis siempre es una oportunidad para revisar nuestras prioridades, revalorizar los afectos, y reconocer qué es lo que realmente queremos; y a la vez agradecer por todo todo lo que sí tenemos - y si estás leyendo este artículo, me atrevo a adivinar que sin duda, es mucho-.
Instructora de Ashtanga Yoga - IG @ashtangacalafate