LA NACION/por Mariela Arias.-
“A vos nunca te molestamos, siempre trabajaste tranquila”. Sonó grave la voz del otro lado de la línea. Era Lázaro Báez desde un número telefónico no identificado. Sonaba molesto. Era 4 de julio de 2013. Ese día en la nacion habíamos publicado que él tenía 910 vehículos registrados a su nombre y de sus empresas; acompañamos el artículo con el testimonio de la gestora que había contratado el diario y a quien el día anterior le habían tajeado las cubiertas de su auto.

“Además te equivocaste, tengo más autos”, cerró la comunicación Báez. Fue la última vez que hablé con él. En ese momento, estaba en la mesa de entradas del Registro de la Propiedad Inmueble de Río Gallegos retirando la carpeta con uno de los primeros pedidos de informes para documentar el patrimonio de Báez.

Esa carpeta amarilla era un pequeño tesoro periodístico: valiosas piezas para un rompecabezas que había empezado a armar varios años atrás. Desde 2004 sus empresas ganaban una tras otras las licitaciones de obra pública. El camino a la consolidación de sus empresas ya pisaba tierra firme.

Muchas de esas obras quedaron mal hechas, inconclusas y muchas se pagaron de más. Los baches, los obradores abandonados, el ripio que debió ser asfalto y el asfalto que se agrieta son hoy una realidad. Los avatares de esas licitaciones fueron descriptos esta semana por los fiscales Diego Luciani y Sergio Mola en la llamada causa Vialidad.

“Te equivocaste, tengo más autos”. Lázaro Báez sonaba molesto por la información de que tenía 910 vehículos registrados a su nombre.

En 2013 no era sencillo encontrar un profesional –abogado, escribano, gestor– que se animara a escudriñar a Báez. En el tercer intento lo logré: la abogada Nora Galindo, una profesional sin miedo ni medias tintas, aceptó firmar los pedidos de informe de dominio. Hasta entonces sabíamos que era dueño de estancias, empresas, viviendas, terrenos, estaciones de servicios y mucho más, pero era necesario documentarlo. Yo corría contra el reloj biológico: tenía una montaña de papeles para revisar antes que la vida que estaba gestando viniera a cambiarlo todo, para mejor y para siempre.

En mayo denunciaron a Báez por haber retirado armas y dinero de una supuesta bóveda en su casa. Ese mismo día, a la noche, convocó a las apuradas a la prensa local. Fuimos con Horacio Córdoba, el fotógrafo de la nacion; bajamos y nos encontramos con una impecable cava de vinos. Nuestro anfitrión negó que allí hubiera existido una bóveda. Negó ser “el Yabrán de Kirchner” o siquiera tener negocios con los Kirchner.

Como periodista empecé a investigarlo metódicamente en 2010. En una hoja comencé a trazar un mapa de relaciones; con el tiempo, necesité hojas más grandes. Ese año, Báez había decidido levantar su perfil, asistía a la inauguración de las obras de sus empresas y coqueteaba en actos políticos. Intendentes, ministros y empresarios se acercaban, con notable pleitesía, a saludar al Negro. Murió Kirchner, todo cambió.

Un año después, un día antes de que se cumpliera el primer aniversario del fallecimiento del expresidente, junto a dos colegas fuimos al mausoleo donde al día siguiente trasladarían sus restos. Con aire casual y como de improviso apareció Báez; mientras un secretario de nombre italiano le cebaba mates, contó que al mausoleo lo había pagado él mismo, que era un regalo para “su amigo”. Jugueteaba con la idea de ser gobernador.

Salvo él y sus operarios, nadie conocía la mole de cemento por dentro. Entramos. Nos mostró el lugar: “Acá estará el féretro”, dijo y luego nos invitó a mirar hacia el techo: un enorme vitraux con el símbolo del bicentenario filtraba el sol de octubre.

El primer hallazgo indiscutible

Aún recuerdo la madrugada de julio de 2013 en la que, insomne, revisaba informes de dominio, cuando unas letras escritas en mayúscula me sobresaltaron: “Condominio entre Cristina Elisabet Fernández de Kirchner y Austral Construcciones”.

Era la primera prueba de un nexo comercial entre ambos. Pasaría un mes de riguroso chequeo de datos, incluida la difícil localización del terreno en El Calafate ocultado en los mapas catastrales, hasta que publicamos ese artículo. El nexo aún está vigente.

No habían pasado los tres meses de mi licencia posparto cuando una llamada desde la Redacción me trajo a la realidad. Era Hugo Alconada Mon. El dato que faltaba en el rompecabezas había aparecido: estábamos en condiciones de contar cómo se conectaba la fortuna de Báez con los hoteles de los Kirchner. Lo hicimos en una serie de notas publicadas en este diario entre diciembre de 2013 y enero de 2014.

Desde entonces, a la par de las publicaciones periodísticas, sucedieron causas judiciales, que por estas horas resuenan en la agenda pública. Hoy, cada una de las transmisiones de las audiencias del juicio de la causa Vialidad se convierte en una entrega detallada y minuciosa de la historia de la obra pública de Santa Cruz de los últimos 20 años.

Seguir aquí el link de la nota en La Nación.