Las elecciones del 22 de octubre no sólo mostraron la polarización entre Milei y Massa, sino también cómo los nativos digitales, guiados por algoritmos y la influencia de las redes sociales, se han convertido en actores clave en este nuevo panorama político argentino que conduce al balotaje del 19 de noviembre.
La grieta ya no es lo que era hace 10 años, cuando empezó a instalarse el término, aunque tampoco es que "la grieta se murió" como dijo el domingo Sergio Massa. La comunicación en la era digital cambió las reglas del juego. Ahora, algoritmos y redes sociales tienen un rol protagónico, marcando qué contenido vemos y consumimos, hasta independientemente de la pauta digital, cada uno en su dispositivo tiene una tendencia alta a recibir contenido que podría ser coincidente con su ideología, sus gustos.
El algoritmo no es más que una serie de filtros, que en base a nuestros intereses, páginas vistas, perfiles y contenidos con los que interactuamos, hace que ya sea en Instagram, Facebook, TikTok, YouTube o cualquier otra red social, mayoritariamente el contenido que se nos muestre sea contenido de nuestro interés. Una especie de gran hermano orwelliano, que todo lo ve, pero que además sabe lo que nos interesa, hasta más aún de lo que nosotros pensamos. Por ende ocultará o mostrará mucho menos, contenido que no sea de nuestro interés, o que no coincida con nuestras ideas y esto nos encierra en burbujas en las cuales todos piensan igual que uno, llevando a una radicalización o polarización de nuestras ideas.
Basándonos en un artículo de La Nación, se detectan amenazas a la nueva generación como el colapso de la jerarquía informativa, al situar cualquier mensaje en un plano de equivalencia intelectual, y el auge de la emotividad y la polarización, siendo estos los tipos de contenido que mayor interacción logran. Esto, sumado a la propaganda y la presencia de influencers de cada bando, pone en tela de juicio la calidad de nuestra democracia.
Este nuevo paisaje digital fomenta tribus urbanas polarizadas. Aquí, el kirchnerismo y Milei aportan su cuota al ensanchamiento de la grieta, con retóricas tóxicas que poco ayudan al diálogo. Esta polarización extrema nos deja con un alto riesgo en torno a la democracia como tal. No sólo con respecto al resultado electoral y a la participación democrática, sino a la merma del pensamiento crítico.
Esta cuestión no es ajena al resto del mundo, y hubo distintas elecciones marcadas por algoritmos, deep fakes, fake news, entre otras prácticas, por sólo nombrar casos como el Brexit o la campaña de Donald Trump, hasta irnos al escándalo de Cambridge Analytica en 2018. También diversas redes tomaron medidas a la hora de intentar frenar estas prácticas. Lo cierto es que el algoritmo de cada red, no sólo es su motor, sino su principal herramienta a la hora de monetizar su principal activo comercial, los usuarios, que además permiten segmentar de manera minuciosa cada anuncio, para mostrar el contenido deseado al público objetivo con exactitud demográfica y geográfica.
De cara al 19 de noviembre, Milei enfrenta el reto de captar votos en este clima ya caldeado por las redes, la propaganda y los algoritmos, ahora deberá conseguir los votos del electorado que se sitúa más en el centro, pero con la dificultad que su campaña estuvo marcada con la polarización y descrédito del que piensa distinto. Massa tiene el mismo desafío, con la diferencia que tiene mayor comodidad a la hora de buscar esos votos en el centro.
En esta era digital se vuelve imperativo impulsar la alfabetización digital en los medios sociales para que las nuevas generaciones puedan navegar este escenario complejo, detectar qué es parte de este microclima que nos da las redes sociales, y cual es la realidad que las redes sociales no nos dejan ver y que tienen que ver con la pluralidad de voces e ideas. Desarrollar el pensamiento crítico, detectar fake news, y aceptar la pluralidad de voces son los desafíos más importantes tanto para los nativos digitales, como también para los migrantes digitales que día a día consumen estas aplicaciones.
Para enfrentar este panorama, cada vez más complejo, es crucial que tanto el gobierno como las plataformas de redes sociales tomen medidas concretas. Las instituciones educativas deben incorporar la alfabetización digital en sus currículas, enseñando a los jóvenes a cuestionar lo que ven en línea y a buscar fuentes confiables. Las plataformas sociales, por su parte, podrían ser más transparentes en cuanto a cómo funcionan sus algoritmos y permitir a los usuarios tener más control sobre lo que ven. Además se necesita una regulación que obligue a estas plataformas a ser más responsables en la gestión de contenido falso o polarizador. Proyectos de ONGs como Reverso o Chequeado en Argentina buscan aportar a esta problemática pero aún hay mas para hacer.
En última instancia, la responsabilidad también recae en nosotros como usuarios y ciudadanos. Debemos ser más críticos con la información que consumimos y compartimos, y buscar activamente voces e ideas diversas para salir de nuestras burbujas de confort. Solo así podremos enfrentar los desafíos que esta nueva era digital impone sobre nuestra democracia y empezar a cerrar la grieta que nos divide.
Argentina es uno de los países de Latinoamérica con mayor acceso a internet, superando el 90% de su población, y de ellos, un 80% son usuarios activos de las redes sociales. Un estudio de Luminate titulado "Juventudes y Democracia en América Latina" destacó que en Argentina "las redes son percibidas por los jóvenes como una fuente privilegiada para informarse, al ser más plurales, diversas y de fácil acceso, comparado con los medios tradicionales". Un asunto es claro: una historia falsa es mucho más probable que se vuelva viral que una historia real, según el estudio “The spread of true and false news online", publicado en Science (2018). Estas cifras no son menores cuando hablamos de polarización y la formación de la opinión pública, especialmente en un país tan dividido como Argentina.
* Adrian Barabino es programador y periodista, trabaja en comunicación política y publicidad