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El Día del Periodista en la Argentina quedó establecido el 7 de junio en memoria de Mariano Moreno, uno de los grandes mentores de la Revolución de Mayo. Ese día de 1810, Moreno decidió publicar La Gazeta de Buenos Ayres, primer periódico argentino y órgano de difusión de la Primera Junta de gobierno. Sobre el periodismo opinó para Télam Fernando J. Ruiz, profesor de Periodismo y Democracia de la Universidad Austral. Miembro fundador del Foro de Periodismo Argentino (Fopea).
* Por Fernando J. Ruiz
El Día del Periodista sirve para recordar que el buen periodismo es el arte de combinar dos elementos esenciales: por un lado, la capacidad de obtener, refinar y explicar la información más importante para la comunidad; por el otro, la sensibilidad comunitaria, entender lo que se necesita en cada momento. Si falta alguno de estos dos elementos, podemos estar frente a un caso de mala praxis.
Porque no hay buen periodismo sin conectar con la ciudadanía. Esto no implica tener una actitud que busque sobre todo el impacto, sino comunicar superando las alambradas emocionales que hacen un laberinto infinito de la conversación pública.
Por eso, el test crítico de un profesional argentino en el 2019 es ser creíble para un ciudadano de cualquier posición política.
Esto es más fácil decirlo que hacerlo. Pero se trata de presentar la información para que vos no te sientas ofendido ni agredido. La sensibilidad es altísima y palabras que para uno son neutras otros las perciben como agravios, y viceversa. Por eso, hoy una habilidad clave es la selección del lenguaje que permita ese tránsito hacia los disensos informados.
Esto implica un resurgir del periodismo profesional, por el que hace más de quince años luchan, entre otros, los cientos de periodistas de todas las provincias del país que se sumaron al proceso autocrítico que lleva a cabo el Foro de Periodismo Argentino (Fopea).
Ahora se requiere un shock de credibilidad. El ecosistema digital exige más que el anterior para ser creído. Entre las acciones para ese shock está la corrección sistemática de errores; crear defensorías de audiencia; hacer más visible el proceso de producción; y, al fin, poner la información por delante de los adjetivos.
Hoy las dificultades laborales y la incertidumbre en el ecosistema digital son distractores potentes para mejorar nuestro periodismo. El gobierno nacional mejoró las condiciones institucionales, pero la baja performance económica pegó duro. Además, estamos entrando en la era de las barreras de pago con periodismo low cost en redacciones con menos personal.
Como siempre ha ocurrido, las prácticas profesionales de los grandes medios son criticadas, pero a veces las hacen desde medios que incumplen mucho más esas mismas normas. Todo depende de la línea editorial del medio. Si su línea editorial nos gusta, sus prácticas profesionales quizás no me importan.
Durante la etapa kirchnerista, gran parte del periodismo profesional fue militante porque sintió que se atacaban valores centrales de su rol en democracia.
Sabemos que los medios principales son actores esenciales, y pueden ser pro o anti-democráticos. En la dictadura argentina de 1976, siguiendo el clima de época, contribuyeron a la creación del poder militar. Pero a veces son diques ante gobiernos autoritarios. La oposición al primer Perón quedó invisibilizada cuando este usurpó el poderoso La Prensa, y esa falta de dique frente al abuso oficial llevó a la oposición democrática a conectarse con un sector militar; de la misma forma la Venezuela chavista atacó todo espacio periodístico ajeno; La Prensa de Panamá, en cambio, fue una roca cívica frente a la dictadura de Manuel Noriega; igual que La Prensa de Nicaragua frente a la de Daniel Ortega; el diario Reforma en México enfrentó al poder del Partido Revolucionario Institucional (PRI); y la fortaleza de La Nación y Clarín fue importante frente a acciones autoritarias del kirchnerismo. Sin esas voces poderosas, las sociedades tienen menos defensa frente al abuso de un gobierno.
Después de estudiar las principales guerras mediáticas de la historia, me queda claro que los matices son la clave de la conversación pública. Pero la lógica electoral suele ser una lógica de destrucción de matices, por la necesidad de acumular voluntades; y es por eso que la lógica periodística debe ser la de restaurar esos matices que la realidad siempre contiene.
* Profesor de Periodismo y Democracia de la Universidad Austral. Miembro fundador del Foro de Periodismo Argentino (Fopea).