SANTA CRUZ.- Establecido por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1972, se celebra hoy el Día Mundial del Medio Ambiente. Si bien se han logrado acuerdos significativos entre países, como el de Paris firmado el 12 de diciembre de 2015 para mitigar los efectos de las emisiones de gases de efecto invernadero, o el más reciente rubricado el año pasado por 175 países que aprobaron una resolución histórica para acabar con la contaminación por plásticos y forjar un acuerdo internacional jurídicamente vinculante para 2024, el planeta corre una carrera contra reloj en la lucha contra la contaminación.

En este contexto global la Patagonia es una de las regiones menos afectadas, con un ecosistema en el que la naturaleza y sus especies conviven en perfecta armonía y en condiciones de preservación tales que dan la sensación de que por aquí el hombre nunca pasó.

En la Argentina la estepa abarca unos 730.000 Km² y comprende desde el suroeste de Mendoza, el centro de Neuquén, el suroeste rionegrino y casi todo Chubut y Santa Cruz, excepto su parte más occidental. Al oeste limita con los bosques andinos y al este con la costa atlántica. Es -según un informe de la Fundación Rewilding Argentina difundido hoy- la ecoregión patagónica con mayor superficie.

El documento consigna que en la estepa del noroeste de Santa Cruz conviven más de 350 especies nativas, entre animales y plantas. Según el Sistema de Biodiversidad de Parques Nacionales, en la región hay 12 especies nativas amenazadas, entre aves y reptiles.

“El frío, las horas diarias de luz natural y la radiación solar, en conjunto con la nieve y el viento, afectan el balance energético de los animales en una época donde, además, la comida suele escasear. Ante este enorme desafío, los animales resisten, migran o mueren”, explica Emiliano Donadio, director Científico de la Fundación.

Chinchillon anaranjado, guanaco, puma, zorro gris y colorado, gato de pajonal y montés, hurones, huroncitos patagónicos, coipos y zorrinos; junto a las aves como los choiques, cauquenes, gallineta austral, el majestuoso cóndor andino o el emblemático Macá tobiano.

Todos ellos acumulan grasa para poder resistir el invierno.

"Estas reservas cumplen la función de aislar el cuerpo del frío exterior, permitiendo mantener la temperatura corporal sin invertir energía”, afirma Donadío, y explica que “las grasas pueden ser metabolizadas para proveer la energía necesaria si la disponibilidad de alimento disminuye”, agrega.

Otros animales cambian su comportamiento y pasan más horas en sus cuevas y madrigueras para reducir la exposición al duro clima invernal. Los chinchillones anaranjados del Cañadón Pinturas utilizan esta última estrategia. “Durante el verano puede verse a estos roedores durante gran parte del día asoleándose en los acantilados, algo que es más raro de observar durante el invierno”.

En invierno, los grandes depredadores, como el puma, suelen incrementar la cantidad de tiempo para alimentarse, especialmente cuando lo cazado es de gran tamaño. “En invierno la presa se descompone más lentamente, extendiendo el intervalo de tiempo durante el cual puede ser ingerida. Así, el depredador maximiza la cantidad de energía que obtiene: cada bocado de carne ingerido puede ser la diferencia entre la vida y la muerte”, remarca Emiliano.

En lugar de resistir y adaptarse a las duras condiciones invernales, algunos animales buscan evitarlas. El ejemplo clásico es el de aquellas especies migratorias que sortean los duros inviernos desplazándose a zonas con climas más benignos. Algunos animales que durante el verano habitan la meseta del lago Buenos Aires, utilizan esta estrategia. Un ejemplo es el macá tobiano, que “deja la meseta a fines del verano y se desplaza hacia los estuarios de varios ríos en las costas australes del océano Atlántico”.

“Asimismo, los guanacos, que durante el verano aprovechan los brotes verdes en las alturas de la meseta, migran hacia zonas más bajas cuando el invierno con sus intensas nevadas azotan la región”, explica Emiliano. Este movimiento migratorio, que involucra a cientos de individuos que se desplazan por más de 40 kilómetros en un espectáculo conmovedor, ocurre principalmente durante la última semana de marzo.

“El áspero clima invernal tuvo y tiene un rol fundamental en modelar el comportamiento y la composición de la maravillosa fauna nativa que da vida a la inhóspita Patagonia. Cientos de miles de años habitando este inconmensurable ecosistema le han permitido a la fauna nativa desarrollar una serie de estrategias para sobrevivir a los rigurosos inviernos australes”, resalta Donadío.

Tal como describe el biólogo Santiago de la Vega en su libro “Las leyes de la Estepa”, la famosa frase de “la lucha por la existencia”, es una metáfora, y no una mención exclusiva de luchas. “Darwin ejemplificó que en el desierto, una planta debe vencer a la sequía en su lucha por la existencia”.

Para aquellos que logren atravesar el invierno, inexorablemente les llegará primavera y protagonizarán el estallido de la vida en la estepa. Las plantas empezarán a brotar. Los durmientes despertarán y los que han migrado, retornaran. Otros cambiarán pelaje o plumaje. Las manadas se reunirán y la interacción entre especies alcanzará su máximo esplendor, y se renovará el ciclo, y llegará el comienzo del renovado llamado a reproducirse.

Fuente: Agencia Ambiental.

Crédito: Agencia Ambiental.