Uno de los mayores logros del ser humano a lo largo de la historia, fue aprender a cultivar.
Se dejó de escuchar el “muchachos, junten todo que se fueron los bisontes y nos toca perseguirlos”. Tuvieron la posibilidad de dejar de ser nómades y quedarse en un mismo lugar cultivando sus propios alimentos.
No solo cultivaron para ellos, sino que aprendieron a domesticar animales alimentados por aquello que cultivaban. Los Incas, por ejemplo, empezaron a criar llamas, vicuñas, alpacas, etc.
Fue un cambio gigante y nosotros nos hemos encargado de revertir la situación.
No migramos demasiado, sino que nuestro rango de acción está dado por la cercanía o lejanía a las verdulerías y supermercados. Las que migran ahora son las frutas y las verduras. Apilan kilómetros para llegar hasta el lugar en donde vivimos.
Dejamos de cultivar. Y acá empiezo con el asunto principal.
La pandemia nos dio tiempo. Mucho tiempo. Casi, casi podes sentarte a mirar como le empiezan a salir brotes a la cebolla que tenés en el cajoncito con las papas y las batatas. Ese nivel de tiempo.
¿Porqué entonces no utilizarlo para cultivar tus propias hortalizas? ¡¡¡No te digo que plantes alcaparras, pero llegar a comer una ensaladita digna, no estaría mal!!!
Si bien nuestro clima patagónico no nos ayuda demasiado con el objetivo de poner cara de canchero y decir “ya vengo, voy a cosechar verdurita para la cena”, tampoco es imposible.
Hoy en día, reparada por los álamos, en un invernadero, en un domo geodésico divino (acá hay que tener cuidado porque corres el riesgo de querer mudarte ahí adentro) podes tener tu propia huerta.
Lleva más astucia que tiempo. Es cuestión de tener en cuenta algunos factores al momento de decidirte a sembrar.
Paciencia: es un ingrediente fundamental. Uno planta la semilla de lechuga morada, la riega, va a cerrar la manguera y ya vuelve entusiasmado a ver si germinó. Demora un poco más que eso en activar. No colabora mirarlos fijo repitiendo mentalmente “germiná, germiná, germiná” Esto nos lleva al segundo punto. No hay que sembrar en cualquier momento…
Calendario biodinámico: se los super recomiendo a quienes crean profundamente en la relación que tenemos con los astros, las constelaciones y con todo lo que nos rodea en general. Pueden descargárselo gratuitamente buscándolo en la web.
Es creer o reventar, pero funciona. Este calendario lo que hace es ahorrarte un trabajo enorme en analizar la relación diaria entre el sol, la luna, las constelaciones (ya sean de agua, tierra, aire o fuego) y te lo da masticado. Lo único que tenes que hacer es mirar el calendario y aprender a leerlo (si logras diferenciar una manzana de una zanahoria, una flor, una hoja y reconocer un triángulo o una línea punteada, ya podes usarlo). Es increíble.
Imaginate que plantas arvejas en día de “línea punteada”, demora una semana en germinar. Plantas arvejas en día “triangulito”, pasadas tres noches ya aparecen las primeras hojitas. Hay días para no hacer nada y días para hacer de todo. No quiero exagerar, pero es también útil para aplicar en tu vida cotidiana. Los días “trígono” (triangulito) llévate el mundo por delante. Los días “punteados”, quedate mosca. Y con esto no nos queda más que pasar al tercer punto a ser tenido en cuenta…
Asociaciones: fundamental. Hay cultivos que no son compatibles. Si sos zanahoria no insistas en querer estar al lado de un nabo. Los dos van para abajo. No va. Es mucho mejor, por ejemplo, rabanito al lado de rúcula. Uno para arriba, otro para abajo. Los complementos siempre son buenos. Hay que planificar muy bien la asociación para que no se molesten entre ellos y evitar que uno le saque fuerza, energía y luz al otro.
Dicho esto, los invito a que prueben en una maceta. No hace falta empezar con media verdulería.
En tiempos en donde agroquímicos, fertilizantes y demás yerbas, corren por nuestro planeta (y por nuestro organismo) no está mal volver un ratito a las raíces y plantar un estandarte nómade (y orgánico) en nuestros jardines.