En puerto Santa Cruz no pasa nada. Los días transcurren anodinos, monótonos, idénticos. A tal punto, que un lunes se parece al domingo y viceversa. Por las tardes, los hombres matan el hastió jugando a las cartas o al billar en el club. Las señoras miran por la venta sin mirar y vuelven a la telenovela. Las jóvenes y los jóvenes sueñan como Ulises en irse muy lejos.
En puerto Santa Cruz no pasa nada. Tuvo su tiempo de esplendor cuando fue capital del territorio nacional homónimo, pero el primer mandatario, Ramón Lista se enamoró de Kolia, una india tehuelche de Kamüsu Aike y la capital se fue para Rio Gallegos porque quedaba más cerca de la reserva. Ahora, parece un lugar detenido en el tiempo. Las generaciones pasan y la ciudad vegeta. En las calles casi no transitan gente de a pie y los autos dan la vuelta al perro frente a una costanera majestuosa. Hermoso pueblo, “pedacito de frio”, a quien Horacio Guarany regaló una de las canciones más bellas de su repertorio.
Un suceso, que contó la crónica policial de los diarios de la época y que solo los vecinos memoriosos recuerdan, alteró la quietud social del pueblo. Devolviendo las luces que brillaron en los años dorados de la oveja. El puerto que antes embarcaba carne y lana a Europa, ahora recibía una vez al mes, a veces dos, barcos de bandera coreana que pescaban fuera y adentro de la jurisdicción del mar argentino.
Las empresas navieras reparaban sus embarcaciones y la tripulación salía de un largo cautiverio en búsqueda de los placeres de la tierra firme: Divertimento, alcohol, sexo y comidas que no tuvieran sabor a pescado. Los marineros eran ordinarios en su comportamiento, algunos orinaban en las veredas y otros, ebrios se agarraban a piñas en los bares, si el desborde no era mayor la policía miraba para otro lado. Los cantineros, y las prostitutas felices. Circulaba de nuevo dinero en el pueblo.
Esto me lo contó el cocinero de la hostería municipal: “Una noche nosotros estábamos preparando la comida para una comitiva oficial del gobierno que al otro día llegaba. Cuando de pronto, ocho coreanos, un poco bebidos nos pidieron cenar. Le ofrecí el menú que estábamos preparando. Se negaron y me solicitaron en un castellano chisporroteado si teníamos bositang, un plato tradicional de la cocina coreana que se elabora con carne de perro”.
Mi informante, les dijo que en la Argentina no se come a las mascotas. Que está prohibido por ley y las buenas costumbres. Y, que en la Patagonia se consume carne de capón y cordero. Ofendido, explicó que el perro es un animal amigo del hombre de campo y que en Buenos Aires conversan con las viejitas. Los coreanos, sin entender tanta ofuscación patriótica debieron conformarse con algunas empanadas criollas.
Al otro día, un sol tibio iluminó la Parroquia Exaltación de la Santa Cruz, creada por los salesianos en 1909, punto de partida de los actos oficiales programados. En las escalinatas de la Iglesia, el gobernador felicitó al intendente por la limpieza de la ciudad y la ausencia de perros. En efecto en las calles no había ese día un solo can.
La proliferación de perros vagabundos es un problema que se reitera en la mayoría de los pueblos de Santa Cruz. Deambulan de un lado a otro en búsqueda de algún bocado. Ocupan los cajeros automáticos para sus siestas y muerden a los ciclistas. Los municipales no generan conciencia de tenencia responsable en los ciudadanos y tampoco sacan la perrera porque espanta los votos.
Terminado el discurso y los elogios, una multitud de vecinos rodeo a las autoridades y expresó su preocupación por la desaparición de sus mascotas. El cura párroco invitaba a los feligreses a misa, pero el bullicio de la protesta aumentaba. Uno grito: ¡señor gobernador los coréanos nos robaron los perros ¡
El gobernador retomó su oratoria y con voz pujante exclamó: “¡No he podido cumplir con las obras que prometí en la campaña, pero ninguna nación extranjera podrá alterar la paz de los ciudadanos de Santa Cruz! ¡Vamos a recuperar nuestros perros!”
En alta mar, casi medio centenar de los perros, colgaban en los ganchos de la cocina del barco coreano. Ante la imposibilidad de alcanzarlos con las modestas chalupas de la Subprefectura naval, entonces el primer mandatario provincial, puso a disposición de la comunidad, los automóviles oficiales y los camiones del ejército argentino para buscar perros en las localidades aledañas.
Así fue, como un convoy de vehículos integrado por camionetas, furgones, colectivos, autos particulares y algunos intrépidos en motonetas recorrieron las localidades de Comandante Luis Piedrabuena y San Julián en búsqueda de perros.
Al poco tiempo puerto Santa Cruz recuperó su normalidad y la mayoría de los vecinos tuvieron nuevas mascotas. Algunos nietos, bisnietos y tataranietos de esa camada perruna hoy transitan las calles vacías del pueblo.
Hace pocos días, el Club Atlético de Santa Cruz, ganó la liga central de Futbol, al imponerse 3 a 2 al Club Deportivo Júpiter de Comandante Luis Piedrabuena, eterno adversario vecinal. Los campeones se sacaron una foto con la mascota, un perro (cuzco) investido con una mini camiseta y los colores de la selección nacional (La 10 de Messi). La imagen se virilizó en las redes.
Hoy la historia narrada ha sido casi borrada por el tiempo y al viejo puerto no entran más los barcos coréanos porque el recurso pesquero escasea.
Por las noches, cuando los vecinos escuchan torear a los perros, duermen tranquilos. Saben que en Puerto Santa Cruz no pasa nada.
PD. Se trata de un relato de ficción. Salvo el robo de los perros, tomado de una denuncia policial.
*Osvaldo Mondelo. Periodista diplomado.