LA NACIÓN / Mariela Arias.- 

EL CALAFATE.- Detrás de los paisajes imponentes, se esconde parte del pasado del empresario favorito del kirchnerismo, condenado en causas por corrupción y lavado de dinero. Ajenos a la historia de este lugar, cuyos nuevos dueños tomaron posesión en 2022, avezados visitantes bajan todas las mañanas en kayak, impulsados por la corriente del último río glaciar del continente.

Una recorrida por el interior de la estancia, fuera del circuito destinado para el turismo, permite encontrar huellas y retazos de lo que fue el imperio de Austral Construcciones: maquinaria abandonada, una tráiler rodante para los operarios, chasis de tres camiones rotos donde aún se identifica el logo de la empresa de Báez, tolvas, tanques quemados, un carro que lleva el sello de la Fuerza Aérea Argentina y hasta carteles nomencladores de estancias allanadas como Cruz Aike, La Entrerriana o La Julia. La hipótesis de algunas fuentes es que fueron retirados para complicar su localización a la Justicia.

Los nuevos dueños movieron la chatarra al corazón de una enorme cantera que se alcanza a ver desde la ruta nacional 40, uno de los límites de la estancia Río Bote, que hoy busca definir un nuevo perfil. Allí dejaron el material a la espera de que una orden judicial lo retire, buscando que no entorpezca la renovada cara del predio.

Ubicada a 40 km de El Calafate, fue comprada por Báez en 2006, año en el que inició la desenfrenada adquisición de estancias. Esta fue una de las primeras y formaba parte del grupo de establecimientos a la ribera del río Santa Cruz. Sin embargo, de las más de 30 que compró, solo seis se registraron bajo la denominación Austral Construcciones, las demás quedaron a su nombre y el de sus hijos.

Eran otros tiempos y la construcción de represas era el plan más ambicioso, que quedó trunco. Según consta en el expediente, Báez compró la estancia por U$S1,5 millón, en cuotas de U$S250.000. Cuando en 2017 se declaró la quiebra de la empresa, la sindicatura liquidadora constató que Río Bote era un campo apto para la invernada, con poco pastizal, vertientes naturales, mallines y atravesada por un río de deshielo que le da nombre. El predio interior lucía en estado de abandono.

El agua potable, el río Santa Cruz en la tranquera y su cercanía a El Calafate convencieron a Julián Fores, director de la empresa Patagonia Profunda, a dar el paso cuando salió al remate. El trámite fue rápido. Fue el único oferente. “Vimos que podríamos convertirla en el campo de invernada de la 25 de Mayo, la estancia principal de la familia”, detalla Fores. Pero, sobre todo, detectó la gran oportunidad para desarrollar una nueva experiencia turística.

Rastros. Maquinaria y carteles de estancias rematadas de Lázaro Báez, fuera del circuito turístico, entre la chatarra descartada por los nuevos dueños de Río Bote

Cuando una historia termina bien

Con la vista puesta en el futuro, a Fores le gusta mostrar que en algunas ocasiones las historias pueden terminar bien. Motivado por la memoria de su abuelo pionero, Mario “Chichin” Aristizábal, desde que adquirieron la estancia, sumaron toros, terneras y ovejas, reconstruyeron las instalaciones y convocaron a Segundo, un peón oriundo de Trelew, que se encarga de las tareas rurales y también de preparar el almuerzo campero a los turistas que cada mediodía desembarcan en la costa tras recorrer 15 kilómetros a bordo de kayaks dobles o triples por el río Santa Cruz.

Fores, quien estudió economía pero lo atrapa tanto el campo como el turismo, busca imponer un manejo sustentable: para evitar la controversial caza de los pumas que atosigan las ovejas, sumó un perro pastor de tatra, una raza de cuerpo robusto con pelaje blanco y frondoso. Los adiestran sin contacto humano y los crían de cachorros junto a las ovejas. Gracias a su agudo olfato, pueden detectar a los pumas a varios metros y los ahuyentan con ladridos.

“Estamos teniendo buenos resultados, no queremos matar pumas y creo que le estamos encontrando una vuelta sustentable a nuestra producción”, cuenta Fores mientras señala al perro, que a la distancia se mimetiza con el rebaño de ovejas. Desde que lo incorporaron a la estancia, la muerte de ovejas disminuyó sensiblemente. A los nuevos cachorros los regalaron a campos vecinos.

Luego del remate de la estancia, la dinámica del lugar que tuvo a Báez como dueño cambió por completo: cada mañana llegan hasta aquí un puñado de turistas con agallas y exhaustos tras haber remado por las caudalosas aguas irrealmente turquesas del río Santa Cruz. De avanzar las dos represas hidroeléctricas río abajo, desdibujarían la figura curvilínea del curso de agua en gran parte de los 385 km de recorrido que une la cordillera con el mar.

Magnetismo y aventura

El río tiene un gran magnetismo, el mismo que supieron apreciar Charles Darwin y Robert Fitz Roy cuando exploraron la zona a mitad del siglo XIX a bordo de botes balleneros, pero nunca llegaron al lago por falta de provisiones. Recién sería el científico Francisco Moreno, quien en 1877 lo bautizaría como Lago Argentino.

Estos detalles son relatados a los pasajeros por Rubén Valle, guía de kayak de travesía, quien reparte el año entre Santa Cruz y Groenlandia, donde conduce expediciones. Venezolano, afincado hace 17 años en El Calafate, lleva la voz de mando una mañana de enero, calma y soleada, en la que esta cronista se suma a la experiencia. “Cuando estemos en el agua, vamos a hablar fuerte, no lo tomen a mal, es para que nos escuchen y siempre sigan nuestras indicaciones”, afirma al grupo de diez excursionistas antes de partir.

“Relájense, disfruten”. Los guías al frente de la excursión no solo dan indicaciones, también buscan que los turistas se lleven un gran recuerdo

La aventura arranca a las 9 de la mañana desde El Calafate a bordo de camionetas 4x4 que recogen a los pasajeros por sus hoteles, una tracciona el carro que porta los kayaks tricolores y los deposita a 50 kilómetros, bajo el puente Charles Fuhr, que une la ruta nacional 40 de un extremo al otro del río Santa Cruz.

Allí debajo, en un remanso, el equipo de guías en el agua se completa con Héctor Ruiz y Gerardo Guastavino, quienes imparten las instrucciones de cómo vestir los trajes secos, los chalecos salvavidas y las botas. Y lo más importante: la charla técnica y los ejercicios para preparar el cuerpo para remar. La sorpresa que sigue, queda por cuenta del pasajero.

Javier y Mariana junto a sus hijos adolescentes, Joaquín y Trini, viven en Vicente López, Buenos Aires, y eligieron la excursión en el último de los diez días que pasaron en El Calafate. “Vimos al Perito Moreno desde todos los ángulos”, comenta entusiasmado Joaquín, quien asegura que este tipo de viajes de aventura son sus favoritos. Los prefiere antes que a la playa.

El padre de la familia ya había viajado al sur con amigos, en auto y con carpa, en los 90, animándose a las rutas de ripio y a la aventura. “Quería que ellos también tengan esta experiencia de la Patagonia, pero esta vez lo hicimos en avión”, comenta a LA NACION. Hicieron trekking sobre el hielo, visitaron El Chaltén, caminaron por las pasarelas, pasearon por el centro y fueron a los dos museos de la ciudad. Lucen felices en el último día de sus vacaciones.

El latido de un río de aguas turquesas

Ya todos vestidos con los trajes azules y rojos de hombreras gigantes y cuello cerrado que nos acercan a los personajes de Star Trek, los siete kayaks -con diez pasajeros y tres guías- ingresan a las legendarias aguas del río Santa Cruz. Esta cronista lo ha visto desde el aire y desde la ruta, ha escrito crónicas sobre las futuras represas, la venta de estancias, los conflictos de los ribereños, la expropiación de la tierra, la búsqueda de supuestos tesoros escondidos...Pero nada, nada, se asemeja con flotar sobre las aguas turquesas sintiendo en primera persona el latido del río.

Arriba del kayak no se lleva nada, solo la enorme expectativa de remar en medio de aguas que antes fueron glaciares. No se requiere expertise para bajar por el río, solo cierto estado físico que acompañe el ejercicio.

“Relájense, disfruten, respiren, no estén tensos y sigan siempre nuestras indicaciones”, aconseja Gerardo, quien en 2000 llegó a El Calafate por la obra del nuevo aeropuerto internacional y se quedó. Hoy, es guía de kayak de travesía e instructor certificado. Reparte su tiempo con viajes a la Antártida, cuando se embarca en Ushuaia por dos meses y acompaña contingentes de viajeros al polo sur.

Sabores. Un almuerzo campero forma parte de la experiencia ofrecida a los visitantes

El viento sopla del oeste y, junto a la corriente natural del agua, nos lleva río abajo. Los primeros kilómetros son para probar el kayak y seguir las instrucciones: avanzar, retroceder, doblar y frenar. En la loma de los acantilados color caramelo aparecen nidos de águila mora, más adelante, un grupo de guanacos se asoman y miran a los intrusos. Para ellos somos apenas puntos en el agua.

Los kayaks se desplazan juntos, los guías abren y cierran el camino. Cuando hay un momento de calma, de un kayak a otro, los turistas conversan y hasta se recomiendan las últimas series de streaming, todas sobre aventuras y expediciones, claro. El río Santa Cruz no presenta grandes movimientos ni pendientes en este tramo. Cada tanto, Rubén saca fotos; casi nadie llevó su celular a bordo.

Rubén Valle, uno de los guías que encabezó la excursión.

“Ahora nos juntamos, hacemos balsa, ahora”, es la orden. Como niños en el patio de una escuela, obedecemos y armamos una balsa tomando el remo del compañero de al lado. Nos explican que ese bloque compacto nos permitirá descansar. El silencio es absoluto. Héctor abre un compartimento en su kayak y distribuye termos pequeños con una bebida de frutos rojos. “Que ganas de quedarnos aquí”, dice Mariana.

En la margen derecha aparece la desembocadura del río Bote,que le da nombre a la estancia: se trata de un arroyo de montaña que se alimenta de mallines y crece con los deshielos en primavera. Allí, en la costa, esperan las camionetas con nuestras pertenencias y los guías de tierra agitan los brazos mientras indican el camino.

El descenso está próximo y nadie quiere finalizar el paseo. Solo el aroma del almuerzo campero que espera al grupo calma la pena por tener que abandonar el río.

Créditos: Estancia Río Bote.