“Por acá anduvo Darwin” dijo Jorge Prado a una curiosa turista española que se aventuró a navegar el Río Gallegos. Era una tarde de fines de febrero del año 1992 y el “vikingo” como lo siguen llamando sus amigos y conocidos se estaba jugando una patriada apostando al turismo, más específicamente a la navegación por el estuario de la capital santacruceña.

Tiempos difíciles en la provincia y por ende en la ciudad que vivía la desocupación generada en las privatizaciones de las empresas del estado, esas mismas que le dieron impulso al nacimiento de varias poblaciones que crecieron merced a la actividad de Yacimientos Petrolíferos Fiscales, Yacimientos Carboníferos, Gas del Estado, la compañía telefónica Entel, entre otras.

Prado decidió poner todas sus fichas en un emprendimiento náutico que desarrollaba la navegación del estuario en dos circuitos. El más cercano hacia Güer Aike y el otro hacia el mar en Punta Loyola.

Milagros Artigas era una abogada gallega, natural de Vigo, que cierta vez se interesó en Río Gallegos, a partir de la historia de navegantes y conquistadores españoles y tanta curiosidad la trajo a estas tierras. En esa mezcla de entusiasmo y capricho llegó a la ciudad, disponiéndose de inmediato a encontrar medios para navegar.

“Me parece que en el CEMA hay un señor que hace excursiones” dijo Isabel Andrade una mujer chilena que se ocupaba de la limpieza de las habitaciones del coqueto hotel en el que Milagros se alojaba. “Al fin y al cabo la mujer sabía mucho más que el conserje” pensó la turista mientras se ponía en marcha para cumplir su objetivo.

“Al CEMA” le ordenó en tono casi imperativo al taxista que se había acercado al hotel llamado por el conserje. Una ciudad que bajaba su marcha en las calles con la salida de los empleados públicos de sus respectivas labores con los escasos habitantes que no habían partido de vacaciones al norte argentino.

En el muelle del Centro Marítimo Austral Jorge Prado observa la costa norte del río imaginando las historias que él contará a los turistas y lugareños que se dispongan a navegar por “la ría” como se denomina a nivel local.

“Jorge hay gente que te está buscando por la navegación” le dice Sergio Zeballos integrante del club naútico interrumpiendo su meditación. Allí además de la gallega Milagros hay un grupo de turistas nacionales que se harán a la aventura. “Pechera y salvavidas” ordena Prado mientras va entregando a cada navegante los implementos que hacen a la seguridad a bordo.

En pocos minutos llegan desde la costa sur a la margen norte del río. “Como era eso de Darwin..?” interroga interesada la abogada española. ”Bueno en realidad no fue Darwin sino un capitán llamado James Sullivan perteneciente a la dotación inglesa apostada en Malvinas que vino hasta aquí a pedido de Darwin en los primeros días de enero de 1845 para juntar muestras de fósiles y enviarlos a Europa.

Muelle de Killik Aike norte. Crédito: Eduardo Aguirre.

Una vez cumplida esta misión Darwin tomó conocimiento de la misma expresando: “Me han dicho que el capitán Sullivan ha encontrado numerosos huesos fósiles enterrados en estratos regulares a orillas del Río Gallegos en latitud 51 grados 4. Algunos de los huesos son grandes, otros más pequeños. Al parecer corresponden a un armadillo. Este descubrimiento es muy interesante e importante”.

Además de la misión ordenada por Darwin hubo otras expediciones científicas con posterioridad que destacaron la riqueza de fósiles en esta zona. Como por ejemplo las realizadas por John Bell Hatcher que fuera un paleontólogo estadounidense, cazador de fósiles conocido como el "rey de los coleccionistas" y más renombrado por descubrir Torosaurus y Triceratops, dos géneros de dinosaurios.

John-Bell-Hatcher.


En 1896 comenzó su primera expedición a la Patagonia, llegando a la desembocadura del río Gallegos el 30 de abril de ese año. Los preparativos de la excursión le demandaron cuarenta y cinco días y salió a recolectar fósiles el 16 de mayo. Durante todo el invierno de 1896 trabaja en las barrancas del río Gallegos y de la costa Atlántica, utilizando una carreta tirada por caballos.

Luego de eso recorrió varios lugares de la cordillera, lagos, ríos y valles en una travesía que le insumió casi un año, dando por terminada esta misión el 20 de mayo de 1897 emprendiendo su regreso a Princeton, en Estados Unidos.

Entre noviembre de 1897 y diciembre de 1898 Hatcher realizó otras dos expediciones con igual resultado. Su éxito quedó plasmado en la recolección de fósiles y la publicación de artículos académicos, además de los libros donde volcó los resultados de trabajo investigativo.

Carreta de John-Bell-Hatcher


“Mire esta foto” dice Prado. “Es la carreta que utilizó Hatcher para hacer sus travesías en diversos lugares de la provincia en sus tres expediciones “ se dice que los restos que se encuentran en esta estancia serían de la misma” añade mientras señala vestigios del muelle de Killik Aike Norte.

Sin embargo, hay un gran olvidado en esta historia y se llama Carlos Ameghino que trabajó mucho en esos años para recolectar fósiles en esta costa preferentemente, pero la historia lo destaca al hermano Florentino quien fue un científico autodidacta, naturalista, climatólogo, paleontólogo, zoólogo, geólogo y antropólogo de la Generación del 80 de Argentina.

En Patagonia tuvo una vida muy sacrificada y no exenta de peligros. Prefería las tropas de mulas a las de caballos. Vivía en las tolderías o pasaba las noches a la intemperie, expuesto a los ataques de los pumas. Más de una vez se perdió en el desierto y debieron salir a buscarlo. Frecuentemente, la falta de noticias de Carlos, desesperaba a Florentino, según cita en sus publicaciones Carlos Rusconi, discípulo de Carlos Ameghino.

Los hermanos Carlos y Florentino Ameghino.

Mucha de esta correspondencia entre ambos hermanos está fechada en Río Gallegos donde se llevaban a cabo, fundamentalmente en la costa norte, estos trabajos de recolección de fósiles.

También está presente la disputa en la actividad científica con otros exponentes de Europa y América que pusieron la vista en la región patagónica como es el caso de norteamericanos y franceses. Tal es el caso de André Tornouër, joven naturalista emigrante francés al que el célebre paleontólogo Albert Gaudry le pidió fósiles de Patagonia para el Museo de Ciencias naturales de París.

La tarde empieza a caer sobre las bardas enormes del Río Gallegos, pero Prado entusiasmado con el relato, y los pasajeros que lo siguen con atención han perdido la noción de la hora. Han aprendido, además del paisaje agreste, parte de la historia que tiene ese lugar. "¿Hay algo más para conocer pregunta menos ansiosa la abogada gallega?".... “mañana le cuento acerca de La Angelina, el refugio de los pescadores y recolectores de centollas”, dice sonriendo “el vikingo” Prado.

Pasó el tiempo y la actividad náutica continuó en las aguas del Río Gallegos y ocurrió un hallazgo destacado en el mismo río y en la misma estancia. Esta vez en épocas donde la navegación en kayak era hecha por los hijos de los aventureros de la década del 90.

Dos científicos encontraron que dentro de una piedra fosilizada guardada en una vitrina, se encontraba el cráneo de un simio del cual asomaban sus dientes.

El matrimonio Blake decidió donar ese elemento y significativamente en ese mes de marzo del año 2006 fue testigo de un segundo hallazgo de un fósil de similares características. Ocurre que hace millones de años este lugar era, antes de su cambio geográfico, un bosque selvático.

En el equipo dirigido por Marcelo Tejedor de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco, también trabajaron los científicos Adán Tauber, Alfred Rosenberger y Carl Swisher, y María Palacios como representante del Museo Padre Molina de Río Gallegos, donde se conservan estos restos fósiles.

Afiche de la excursión del Vikingo Prado.

Portada costa norte de la ría: Crédito: Eduardo Aguirre.