Aquel 22 de noviembre de 1949, el presidente Juan Domingo Perón abría las puertas de los claustros universitarios a los hijos de los trabajadores. En el despertar de una clase media nacía un sueño en la Argentina: “Mi hijo el doctor”. El estudio superior permitiría la movilización social ascendente de los hijos de inmigrantes y criollos.
*Por Osvaldo Mondelo.
El conocimiento de las artes, el derecho, la medicina, la arquitectura, las ciencias sociales y las mal llamadas ciencias duras, ya no serían un saber exclusivo de los nenes de la alta burguesía y la oligarquía nativa. Por primera vez en la tradición de Latinoamérica la Universidad se declaraba pública y gratuita. La educación superior estaba al alcance de los pibes humildes y garantizada por el Estado Nacional. Eso cambio la historia en la Argentina para siempre.
El General recogía una lucha que había comenzado con Sarmiento, Mitre, Roca, profundizado por la Reforma universitaria del 1918 y transformaba la educación en un derecho público.
La Universidad (como escribíamos hace pocos días del Cine Argentino) no estuvo ajena a los vaivenes de la política vernácula. Dictadores de los más variados pelajes quisieron enterrar el debate de ideas y la reflexión crítica, exonerando y persiguiendo a docentes, investigadores y estudiantes en una zaga de intolerancia y terror que va desde La Noche de los Bastones Largos (Régimen de facto del general Ongania) a la quema de libros y desaparición de personas por el terrorismo de estado de Videla y asociados.
Los gobiernos civiles sirvientes al stablishment económico, tampoco se quedaron atrás, también intentaron recuperar la universidad como una parcela exclusiva de las élites. En marzo del 2001 (Gobierno de la Alianza) el ministro de Económica, Ricardo López Murphy dispuso un recorte en el presupuesto universitario para achicar el gasto del Estado, ante la toma de facultades, marchas masivas y clases abiertas en la vía pública, los radicales le pegaron una patada en el trasero al Bulldog.
El gobierno de Menen, unos años antes también había cajoneado el proyecto de Domingo Caballo de arancelar las universidades. El turco que había desguazado el estado nacional, privatizado las principales empresas públicas, descabezado el servicio militar obligatorio, torcido la mano a todos los sindicatos no se animó a tanto. “Eso no va Domingo”. Ordenó en una reunión de gabinete.
Lo interesante de estos dos casos es que no fue el parlamento, los sindicatos, los partidos políticos, la Iglesia, o un dirigente social en especial, si no la movilización de la gente por el derecho de una educación superior pública y gratuita quien puso fin a semejantes desatinos.
Los pueblos avanzan y retroceden, aciertan electoralmente y se equivocan, pero nunca se suicidan. La universidad pública no es un curro como dice el expresidente Macri, tampoco una tribuna de adoctrinamiento con lágrimas de zurdos y menos un “muro” alejado de la sociedad, con ciudadanos autómatas como advierte la canción de Pink Floyd.
Las masivas marchas de ayer superaron la grieta, advierten a la motosierra de un gobierno dislocado y ponen de relieve que es urgente fortalecer el presupuesto de las universidades nacionales. Se puede enajenar todos los bienes, menos el futuro de los hijos.
Solo el saber crítico, el conocimiento científico y la puja democrática de las ideas políticas nos permitirá imaginar una Argentina justa, con igualdad de oportunidades y libre de verdad, (sin tantos carajos).
*Del autor.
Periodista Diplomado, egresado de la Universidad de Periodismo y Comunicación de La Plata (UNLP). Ex docente universitario en la Universidad Nacional de la Patagonia Austral (UNPA) y en la Universidad Nacional de San Juan. (UNSJ).
Portada: fragmento Another Brick in the Wall.