La olla a presión no da más. La bronca y el hartazgo se siguen acumulando en una sociedad que cada día está más distanciada de la política pese a que ésta se desespera por simular empatía. No tiene éxito. Por la repetición de la misma película una y otra vez en cada elección, el público ya ha aprendido a detectar estos trucos de inmediato.
Acorralados por los resultados de las PASO, el kirchnerismo inició la semana con un anuncio de medidas que buscaban aliviar el ajuste que el propio Massa había anunciado una semana antes. El acuerdo con el FMI duró menos de siete días. El gobierno sigue demostrando que no tiene palabra. Ni con el mundo, ni con sus socios políticos, ni con su conciencia.
El candidato que promete resolver los problemas que no puede resolver como ministro se recibió de vendedor de autos usados ante los desafíos electorales que tiene el peronismo. En los últimos días, Massa - ese mismo que con su característico esbozo sonriente el viernes previo a las PASO intentó hacerles creer a los jubilados que sus pensiones le habían ganado a la inflación - se ha dedicado a vender un sueño mágico. Como muchos gobernadores, ante la inflación y los sueldos de hambre basa su campaña en la fantasía estatal.
El Plan Platita se anunció hace una semana. A las quejas del FMI las siguieron los desplantes de los caudillos provinciales. En menos de 24 horas avisaron que no pagarán los bonos prometidos por el - hace rato ya no más - superministro. No hay que confundirse, no es que hayan tomado nota del resultado de las PASO sino que están intentando salvar su quinta del fenómeno Milei. Para no quedar como alguien que está terminando su mandato en soledad, el presidente quiso anunciar las medidas que 24 horas antes había anunciado Massa. Entre tantas justificaciones que dio en sus videos en Instagram dijo: “Nosotros te escuchamos, nosotros te leemos”. Miedo. Fernández está a un paso de pedirnos que le pidamos disculpas por haberle hecho gobernar en este tiempo.
Del otro lado de la grieta pasa algo no muy distinto. El negacionismo también afecta a una parte de Juntos Por el Cambio. Los derrotados de la interna siguen dándole vuelta a los resultados e insisten: “Teníamos al mejor candidato. El tema es que la gente está en otra sintonía”. No es casual que en un espacio que adjudica su derrota a la coyuntura político-social, un ministro de seguridad aproveche un viaje de trabajo para ir a ver un partido de tenis. Es una licencia que se puede tomar un funcionario de la capital más segura de Latinoamérica, pero el delito nunca es cero. En la coalición que iba a representar el descontento social siguen negociando cómo se acoplan ambos equipos de campaña. De cara a octubre cotizan en bolsa las promesas de pauta y territorio.
Desesperada, la casta sigue demostrando que es casta. Con la tranquilidad de no tener que usar nunca ninguno de sus pésimos servicios, el oficialismo sigue reivindicando al Estado mientras las colas en las guardias de los hospitales se hacen cada día más largas. Se multiplican los problemas de infraestructura en los colegios y se agrava la inseguridad. La amenaza que agita el kirchnerismo en los últimos días no estaría haciendo efecto ¿Cómo sería perder lo que no se tiene si ganase Milei?
Desde que ganó Milei se multiplican los análisis tratando de comprender el fenómeno. Sigue llamando la atención la composición de su electorado, en su mayoría jóvenes. El reciente Monitor Nacional de Taquión evidenció que el 62,3% de los jóvenes sueñan con tener estabilidad económica. La casa propia o el trabajo ideal quedan relegados por la necesidad de un día a día más ordenado. Mientras que los políticos tradicionales le pagan fortuna a (¿asesores?) que les dicen cómo hacer retos en TikTok, el único que canaliza las demandas de este sector es el economista libertario. Más simple. Milei no gana el voto jóven porque hace contenidos como si fuese un pendeviejo con aires de influencer, Milei es tendencia en TikTok porque hay jóvenes que se sienten representados por él.
Después del mensaje de las urnas en agosto, así arranca septiembre. Con una oposición peleando por entrar a la segunda vuelta. Con un oficialismo desesperado que se aferra a los parches electorales como si fuesen dadores de beneficios de un país en esplendor. Con una casta que defiende lo público porque se cree dueña de lo público. Con un objetivo, cualquiera sea el caso: seguir aferrado a la teta del Estado.
*Cristian Riccomagno
Periodista, Licenciado en Cs de la Comunicación, profesor de Comunicación Política (UADE).
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