Por: Mirtha Espina. *

“Acá se vivió la guerra”, es la expresión con la que la mayoría de la gente de Río Gallegos recuerda los días de 1982. Los más de dos meses en la oscuridad, el frío y la humedad. Los simulacros, los operativo y contar cuántos aviones salían y cuántos volvían, aparecen como recuerdos inmediatos de aquel tiempo en todas las personas consultadas.

El historiador francés Marc Bloch (asesinado por los nazis durante la segunda guerra mundial) dejó una importantísima obra en la que intentó explicar la relación entre lo que realmente se vivió en aquella conflagración, y lo que se recuerda. Cada uno vive la guerra como puede.

Los poco más de 43.000 habitantes de la capital santacruceña, en una semana, tuvieron que organizar su defensa. La intendente Ángela Gerónima Sureda presidió la denominada Comisión Municipal de Defensa Civil.

Su secretaria, Lucía González de Vivar, cuenta que más de 700 vecinos fueron designados jefes de manzana, zona o sector. “Veníamos de la experiencia del ´78, que yo creo que fue mucho más difícil para nosotros porque socialmente no teníamos inconvenientes ni con la colectividad chilena ni con la británica. La mayoría de los gringos eran segunda o tercera generación”, recuerda.

Los miembros de la Junta Municipal encabezada por la dra Sureda.

Por su parte ex soldados que en 1982 participaron de la guerra desde el continente, afirman que “No hubo una sola unidad del sur que se haya movilizado hacia las islas. Todas quedaron en el continente, sobre todo para defender las bases operacionales de la Fuerza Aérea“ explican.

“En mi caso había salido de baja del servicio militar el 2 de marzo, y me volvieron a reincorporar en abril, apenas comenzada la guerra”, evoca Néstor Méndez. Cuenta que fue trasladado a Puerto Coyle, “donde permanecimos acampados ante el peligro inminente de un ataque de las fragatas misilísticas que rondaban la zona. . Después nos llevaron a hacer todo un anillado en Río Gallegos. A mí me tocó el Puente de Güer Aike.” rememoró quien años después sería intendente de El Calafate.

Wálter Chávez también hizo “la colimba” en la Fuerza Aérea, en el aeropuerto de Río Gallegos, y recuerda aquellos años duros en el que. “encima tuvimos un invierno bastante crudo”, añade. “En la Base teníamos a chicos del Ejército que venían de Corrientes, hacíamos guardia juntos en Plataforma y atendíamos las llegadas y partidas de los aviones a Malvinas. Más entrado el conflicto, recibíamos a los primeros heridos que llegaban en los Hércules”, relata Walter. 

Está orgulloso del rol que ocupó durante el conflicto, aunque hoy siente “uno tenía la inconsciencia de la edad, del patriotismo, de querer ir a las islas a pelear; pero realmente cuando empezaron a llegar los primeros heridos acá fue lo más duro que me ha tocado. Fue un golpe que nos hizo tomar real dimensión de lo que pasaba.”, reconoce.

Chavez destaca el hecho de “haber compartido con mi papá que era jefe de manzana, y que juntos aportamos nuestro granito de arena a la Patria”,expresa con una mueca de satisfacción.
La Base Aérea está situada a la vera de la Ruta Nacional N° 3, por donde Walter “en las noches de guardia vería, “era, impresionante la cantidad de vehículos que se iban de Gallegos. De noche era una pequeña línea de luz constante”, describe. .

El miedo presente en todos los testimonios.

Graciela Echeverría, por entonces miembro de la Cruz Roja, revela el temor que sintió “un día que sonó la alarma y nos escondimos todos en el baño de la filial, y una de las personas que estaba junto a ellos “sacó un arma pensando que venían a atacarlos”. Hoy Graciela es autora y protagonista de un unipersonal basado en aquellas vivencias de la guerra.

Marcelo Cepernic, descendiente de una familia pionera y ex intendente de Río Gallegos, repasa en su memoria dos hechos que lo enfrentaron con sus propios fantasmas de la guerra, cuando era voluntario civil.

“Una noche estábamos de guardia, teníamos un colchón donde nos turnábamos para dormir, un equipo de radio y un sobre cerrado en cuyo interior había un código al que teníamos que acceder en caso de que nos llamen para emitir la alarma en ese sector”, detalla.

.“Se había corrido la bola de que los Gurkas habían desembarcado para atacar los sistemas de alarma porque Río Gallegos era un puesto estratégico por los aviones. Nos veníamos dando manija con eso y había un viento terrible esa noche. En eso se abrió la puerta doble de par en par. Del susto que teníamos ya veíamos a los Gurkas entrando para atacarnos. Bueno, no eran los Gurkas, pero el susto que nos pegamos no nos lo saca nadie”, recuerda Marcelo. 

Río Gallegos, en la mira.

El otro episodio que recuerda tiene que ver con la disociación que existía entre los mandos militares y la población. “Nos juntamos gente de campo, acostumbrados a las inclemencias del tiempo, adaptados al frío y la vegetación de la Patagonia, teníamos armas y las sabíamos manejar”, afirma.

Pero la desazón los embargó cuando fueron a presentarse al Ejército para prestar servicio como voluntarios , “fuimos a ofrecernos al General, creo que Guerrero, (Nicolás, a cargo de la XI Brigada con asiento en Río Gallegos) para ir a combatir a Malvinas. Nos recibió con tanta soberbia, que no solo nos rechazó, sino que nos dijo que había tanto armamento en las Islas entre tanques y cañones que si iba un grupo más se hundían”, cuenta Marcelo Cepernic.

Las bombas desconocidas.

“El día de la bomba que cayó en la ría se sintió un increíble estruendo. Recuerdo estar en el living de mi casa sentada en el sillón y que todo se dio vuelta y se volvió a acomodar” es el recuerdo más fuerte que destacó Andrea Román.”Fueron dos meses, pero muy intensos. Los viví con mucha angustia, para mí fue una eternidad”, repasa Andrea.

Guillermo Peña, otro testigo de aquellos días asegura que “esa bomba fue de un avión, que no tenía que tenerla al aterrizar”. Luego se supo que aquel explosivo que detonó en las aguas de la Ría local un 1 de mayo a las 16 horas frente a los actuales frigoríficos, había sido arrojada por el Capitán Cagiara quien regresaba de Malvinas y no había podido desprenderla.

El amor a la patria elegida.

No se puede analizar la guerra de Malvinas en 1982 sin considerar el conflicto con Chile en 1978. A algunos se les confunden los recuerdos y no es para menos, “no es común tener dos conflictos bélicos en menos de cinco años”, reflexiona otro testigo. 

El nacionalismo podía bajar un discurso anti imperialista británico, pero aquí había familias inglesas y escocesas que habían padecido la segunda guerra mundial, cuando no, las dos guerras.

La familia Mackenzie, de Puerto San Julián, decidió sacar los cuadros de la Reina, de Churchill y de Montgomery de la entrada de su casa. “Por respeto. Para no ofender”, expresó, “esos cuadros fueron a un cajón hasta mejores tiempos”.

El Club Británico de Río Gallegos, con la firma de su presidente Enrique Jamieson, repudió públicamente la actitud de Inglaterra; y no dudaron en colaborar con infraestructura y abastecimiento a la Junta Municipal.

“Los chilenos, en algunos casos muy maltratados por quienes no comprendieron la idiosincrasia del sur, apoyaron las actividades que se hicieron para acompañar a los soldados: tejidos, empanadas, y hasta cartas que iniciaron una comunicación que aún hoy continúa, el problema no eran los pueblos; sino sus gobernantes”, aporta Lucía González de Vivar.

Los medios de comunicación bajo las órdenes de los militares.

La función de los medios de comunicación fue fundamental para la vida pueblerina. Al margen de la censura y el control existentes, sus trabajadores redoblaron sus esfuerzos para cubrir todos los aspectos de la guerra.

Fidel Peraggini, entonces operador de L.U. 14, recordó que “de golpe tuvimos que pasar a transmitir 24 horas. Éramos sólo 5 operadores. Los locutores también tuvieron que trabajar muchas horas. La programación fue cambiada inmediatamente con música latinoamericana, programas especiales, cadenas nacionales, transmisiones donde nuestra radio como la más potente de la Patagonia llegaba a las islas”.

Mario Novack, por aquellos días informativista de la radio oficial, mencionó con especial énfasis lo que le produjo, años después, saber que su voz (y la de esta cronista como locutora) había sido la que transmitió los mensajes y las claves necesarias al capitán Gómez Roca, del Aviso Ara Alferez Sobral, para que la embarcación atacada pueda llegar al sur de Puerto Deseado. Su capitán había muerto en combate y la información no debía trascender públicamente.

Otra anécdota, que afortunadamente no pasó a mayores, involucra a quien era jefe de locutores en Canal 9 Enrique Scheaffer.

Un ejercicio de oscurecimiento se desarrollaba con normalidad mientras la intendente Sureda hacía una recorrida por la ciudad junto a autoridades militares. De pronto se prendieron las luces “como un arbolito de Navidad” (según ella le dijo a su secretaria).

Pato Scheaffer había informado erróneamente por Canal 9 que el operativo había terminado, La confusión surgió porque el militar y el policía que estaban de guardia en el canal habían escuchado las sirenas de una ambulancia y pensaron que se trataba del habitual aviso que ordenaba el fin del oscurecimiento. 

“Afortunadamente luego se aclaró todo y no me sancionaron; aunque a ellos al militar y al policía los cambiaron de lugar”, cuenta Scheaffer.

La radio estatal también realizaba grabaciones para Malvinas que hacía Peraggini. Hubo mensajes en inglés “también para los kelpers. Supongo que luego las emitían por onda corta desde el Ejército”, cuenta el operador.

“Me mataron a todos mis menchos” dijo, quebrado, un militar, al ingresar a la Dirección de Difusión que estaba intervenida. La joven locutora después de escuchar el lamento del militar, corrió al diccionario a buscar la palabra mencho. El hombre se refería al ataque de gurkas al Regimiento 5, y a sus víctimas, los soldados correntinos. .

Los festivales, las donaciones, las escuelas que siguieron funcionando, los secretos de la guerra, los que “íbamos a bancar a los pilotos al Santa Cruz”, como recuerda Alejandro Casal, o “con muchos soldados compartimos las misas, las comidas que hacían nuestras madres y momentos espirituales y de vóley en el Colegio Ntra. Sra. De Fátima”, como rememoran sus exalumnos, o las actividades de la Cruz Roja “para que no pasen tanto frío y coman bien”, entre otros, hablan de cómo vivió y sintió la guerra, un pueblo.

Sentir la guerra

“Todo era blanco y verde” recuerda una maestra de entonces. “Los guardapolvos, los uniformes y la nieve jamás se me borraron”, remarca.

La vigilia de Malvinas en el monumento que honra a sus héroes es el momento tangible de que, a pesar de las diferencias, lo vivido unió a todos los habitantes de este sur y a quienes defendieron la soberanía con sus huesos.

“Se te pone la piel de gallina al escuchar los pasos y ver las antorchas que llevan los militares en homenaje a los 649 caídos allá”, expresa con brillo en los ojos un asistente al acto.
El pedido de Paz se ratifica cada 2 de abril con la presencia de quienes no necesitan invitación para asistir a los actos.

Para cada protagonista el recuerdo de la guerra es singular, pero todos sienten en plural. 

*La autora es locutora y periodista. Vivió la guerra de Malvinas cumpliendo funciones de cronista en LU 14.