LA NACIÓN/ Mariela Arias.- 

SANTA CRUZ.- Hace poco más de un año fue la primera paciente con Covid-19 que llegó al Hospital Regional de Río Gallegos. Estuvo 13 días con respirador y toda la ciudad vivió con preocupación las horas en que Isolda Benitez se debatía entre la vida y la muerte. Si bien era una persona de riesgo por una afección oncológica, al vivir en medio del campo no se imaginó que se podría contagiar. Pero venció al cáncer y también al nuevo coronavirus: a los 62 años, siente que “vive para contarlo”.

El paraje Las Horquetas queda a 85 kilómetros de Río Gallegos, sobre la ruta provincial 5. En una curva del camino sobre el río Coig, está el parador donde Isolda y Vicente Bull escriben su historia hace tres décadas. En medio de la estepa patagónica, es una parada obligada para quienes van y vienen entre Río Gallegos, El Calafate y Río Turbio. Un café, unas empanadas, un almuerzo y, sobretodo, intercambiar charla con esta cálida pareja de anfitriones.

El estar alejados parecía ser protección ideal contra el SARS-CoV-2; sin embargo, no pudieron escapar a la pandemia. En abril del año pasado, Isolda contrajo el virus. Estiman que se contagió de unos pasajeros de empresas que trabajan en la zona que ella tenía alojados en el parador. Hoy, un año y dos meses después, recuerda cómo fueron esos días en los que todo Río Gallegos siguió con preocupación la evolución de la primera paciente con coronavirus, un poco por la novedad y otro poco por el afecto que despierta la pareja a los viajeros de las rutas patagónicas.

Isolda conoce de batallas bravas. Tiempo atrás le extirparon el colon e hizo frente al cáncer y a duras sesiones de quimioterapia. No obstante, recuerda hoy que el Covid-19 le impactó fuerte sobre su cuerpo. “Nunca me sentí tan deteriorada con las quimios como con el Covid, en tan poco tiempo. El cáncer me llevó meses, años, pero el Covid pasó muy rápido”, describe desde el campo en diálogo con LA NACION.

Evolución lenta

La enfermedad inició su evolución lentamente, hasta que se desencadenó con fuerza. “Empecé un estado gripal y fue avanzando. Hasta que el día que me internan arranqué con fiebre y vómitos, y no podía respirar. Llamé a mi doctora, después al 107, y me vino a buscar la ambulancia. Me internaron y al rato me enteré de que era positivo. Yo no lo podía creer, acá en el campo en el medio de la nada”, detalla.

Solo recuerda hasta el momento en que la ingresaron a terapia intensiva: “Me subieron a una camilla como una burbuja y lo único que me acuerdo es que dijeron ‘Quedó con la remera puesta´. Ya me habían conectado al suero y el enfermero dijo que habían cortado la remera. Y después ya no me acuerdo de más nada”.

Pasó trece días intubada. Era la primera paciente con coronavirus en el Hospital Regional de Río Gallegos y todos los médicos y enfermeros seguían su evolución, minuto a minuto. En abril de 2020 el Covid-19 aún era una novedad y en este rincón del mundo apenas había casos. En esos días, por las redes y los grupos de mensajería se multiplicaron las cadenas de oración por Isolda.

Cuando despertó, rememora, todos a su alrededor tenían las caras tapadas. “Solo veía los ojos. Me decían que ya estaba bien, que me había recuperado. Yo no podía mover las piernas, ni los brazos, y ahí me di cuenta de que estaba con mangueras en todo el cuerpo”, cuenta. Sus días de su recuperación fueron lentos y sin poder ver a sus dos hijos o sus nietos. “Cada vez que me llamaban, yo no tenía fuerzas para levantar el celular, no lo podía creer”, agrega. Tras lo vivido, asegura, hoy se toma la vida con más calma.

Abrazos y reencuentros

Con el alta, llegó el tiempo de los abrazos y los reencuentros. También la conciencia de lo grave que estuvo. “Después de recuperarme, me hicieron escuchar los partes diarios que les pasaban a mi familia y fue desgarrador. Hubo un día que no lo pasaba; me acuerdo que volví en mí y una persona me acariciaba la cara y me decía ‘Tranquila, tranquila, estoy acá Isolda’ y después ya no me acuerdo más nada. Escuchando los audios, luego supe que fue cuando me quisieron sacar el respirador, no pudieron y volvieron a intubarme”, dice.

“Les debo mi vida al hospital y a todo el personal que me cuidó, me acuerdo que me decían ‘la reina’, porque todos estaban pendientes de mí. Tuve la oportunidad de salir adelante, pero también sé que fue porque fui la primera. Tuve un cuadro muy crítico y, al estar sola, tenía a los enfermeros al lado mío, que me daban vuelta y me giraban y me giraban para que los pulmones pudieran seguir respirando”, relata.

Isolda Benitez, mientras recibió la vacuna en el gimnasio 17 de Octubre, de Río Gallegos.
Isolda Benitez, mientras recibió la vacuna en el gimnasio 17 de Octubre, de Río Gallegos.
Mientras ella estaba grave, la autoridades cerraron el hotel porque que lo consideraron un foco de infección. Los Bull-Benitez no fueron ajenos al duro 2020, les costó mucho volver a reabrir las puertas. El parador, del cual son concesionarios desde 1991, tiene una pequeña hostería, un restaurante y un camping, todo se calefacciona con gas envasado. Para reabrir recibieron alguna ayuda gubernamental.

Luego de permanecer clausurado todo el invierno, pudieron abrir “con mucho esfuerzo. Pasamos un año tremendamente difícil. Nos ayudó la provincia para poder arrancar, dándonos unas cargas de gas y así poder ponernos en pie”, reconoce.

Mensaje

En el verano la actividad repuntó. El pequeño camping que se repara debajo de enormes sauce, es un oasis verde en la estepa. Durante el verano, ante la imposibilidad sanitaria y económica de ir más lejos, muchos eligieron el lugar para una escapada. Y entre quienes llegan no hay quien no pregunte por Isolda, no solo por la pastelería casera que prepara, sino también porque quieren conocer y saludar a esta mujer valiente.

“Fue un mal recuerdo al que pude sortear, así que en definitiva es un buen recuerdo, el haber podido salir adelante”, afirma, y asegura que su motor y su sostén son su esposo, sus hijos y nietos. “Con malas y buenas, dentro de lo malo que he pasado, gracias a Dios sigo en pie y luchando”, es el mensaje de esperanza que da cada vez que la consultan por sus días difíciles.