Cuando vine a Río Gallegos por primera vez , fue por unas semanas y como visita familiar. Esa estadía relajada entre encuentros y paseos tuvo toda la premisa romántica de conocer los alrededores de un paisaje agreste pero cautivante por sus inmensos horizontes, su llanura destemplada y lo circunscripto de su ciudad tironeada por la modernidad y la conservación de la tradicional infraestructura de pueblo patagónico que se resistía a ceder terreno.
Poco tiempo después de esa primera visita, Gallegos se presentó como una segunda oportunidad, (mas durante que posterior), a la crisis del 2001. Todo lo que me generaba recelo de vivir en una ciudad pequeña ( para las dimensiones a las que estamos acostumbrados los nacidos en el inmenso Conurbano Bonaerense), se diluyó en la tranquilidad que sus características acotadas ofrecía. Sus límites geográficos cortados a cuchillo en la última casa antes del páramo, y el no tener límites políticos con otras localidades cercanas, dejó de parecerme claustrofóbico, para empezar a sentirlo refugio.
Tardé poco en enamorarme de la patagonia. Aún siendo de costumbres más citadinas que pueblerinas, para un laburante medio criado a transporte público y hacinamiento promiscuo, una ciudad pequeña permitía la tranquilidad bucólica de bajar cambios y disfrutar del tiempo ganado a los grandes traslados de las capitales enormes.
Así que con tiempo a disposición y bríos de asimilarme como nuevo galleguense, la ciudad y yo llegamos rápido a un pacto de convivencia: ella me recibía ( y lo hizo, claro) y yo aprendía a quererla y a apropiarla como patria chica.
Por aquellos años, a principios de la primer década del 2000, estaba todo por hacerse. Se afianzaba el eje Nación-Provincia- Municipio y todo parecía indicar que a la ciudad le esperaba la ansiada transformación en una capital moderna, desarrollada y pujante.
¿Quién dudaría que con todos esos recursos, a Gallegos no le quedaba otra que traducir en calidad de vida las oportunidades políticas, institucionales y económicas que se le ofrecían en bandeja?.
Sin embargo ( lo siento), poco de eso pudo realmente suceder. Pocas cosas: la autovía, la costanera, algunos asfaltos compulsivos, nuevos barrios de planes sociales. Poco para una ciudad que pide a gritos modernidad, accesibilidad, comodidad, abrigo, y desarrollo.
Gallegos no ha pasado de ser una cabecera de partido del primer cinturón del conurbano bonaerense y sospecho de otras ciudades capitales del país. Lo poco construido, no se ha mantenido. Las autoridades han corrido detrás, muuuuuucho detrás del crecimiento a veces anárquico de los límites a fuerza de barriadas espontáneas en lugares cada vez más alejados de las prestaciones céntricas de cualquier ciudad.
Sin transporte público organizado y diverso, sin asfaltos suficientes y extremadamente necesarios, con los existentes completamente deteriorados y sin mantenimiento, sin desarrollo planificado de infraestructura urbana para un crecimiento ordenado. La ciudad languidece entre el óxido y la ausencia.
Y baches, barro, basurales, jaurías, más barro, ¿dije baches?, baches, descontrol edilicio sin el mínimo de consideraciones estéticas de lo público y lo privado, baches, erosión, pastizales, más perros, más barro, más baches, ferias americanas, pintadas y rayaduras a cualquier monumento, edificio público y patrimonio cultural o social de la ciudad, vandalismo, lumpenaje, baches, barro, ¡juira perro! , cuidado con el bach…!, auch!. Cómo sonó ese tren delantero!.
Y la desidia, resignación, negligencia o simple desinterés y desapego de sus fuerzas vivas. Porque podemos elegir descansar la responsabilidad política en tal o cual administración local y/o provincial, pero todo ese evitable conjunto : (desidia, resignacíon, blah!) es sobre todo inacción falta de capacidad, negligencia, u (otra vez) simple desinterés de sus familias patricias, cámaras intermedias ( comercio, hoteleras, transportes, profesionales, etc) políticos reconocidos y por reconocer, autoridades políticas o parlamentarias, representantes de la ley , influyentes empresarios, operadores medios de comunicación, artistas consagrados, entusiastas promotores culturales, que parece que viven en Piedra Buena o La Esperanza y vienen todos los días en helicóptero para no ver lo evidente.
No hay forma de no tropezarse en cualquier bache, embarrarse, ser corrido por una jauría o víctima de una pintada anarquista.
Agreguemos un párrafo para ilustrar que todo este panorama se padece aún más con la circunstancial pandemia , los efectos de la cuarentena y la obligada falta de actividades que sellaron el acta de defunción de muchas de las no demasiadas actividades productivas locales.
…Nada, que quería decir que parece que, a los galleguenses, nos calienta tres ch…s (¿se puede decir “calienta”?), nos importa tres carajos el estado en que se encuentra la patria chica que quiso ser la, ahora agonizante, Ciudad de Río Gallegos.
Lo siento.