Guillermo Velázquez es investigador superior del CONICET en el Instituto de Geografía Historia y Ciencias Sociales (IGEHCS, CONICET-UNCPBA) y desde hace más de veinte años trabaja en el estudio de la calidad de vida desde una perspectiva geográfica. Esto es, tratar de definir, mediante una escala numérica que va del cero al diez, cuán bien viven las personas según su lugar de residencia. El proyecto, que en sus comienzos se centró especialmente en la región pampeana y en el conurbano bonaerense, se fue expandiendo hasta abarcar toda la Argentina a través de la colaboración de una red nacional de más de cincuenta investigadores.
Recientemente, este equipo de investigadores, en un trabajo interdisciplinario en colaboración con el grupo que dirige Alejandro Zunino -investigador principal del CONICET en el Instituto Superior de Ingeniería de Software Tandil (ISISTAN, CONICET-UNCPBA)-, desarrolló un mapa interactivo que permite conocer el nivel de calidad de vida en los más de 52 mil radios censales en lo que se divide la Argentina. Cuanto mayor es el índice en determinado lugar, más verde se lo verá el mapa, mientras que el rojo indica lo contrario. Los interesados pueden acceder al mapa a través de una página web provista por CONICET. Es importante destacar que tanto el IGEHCS como el ISISTAN se encuentran bajo la órbita del CCT CONICET Tandil.
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“El desarrollo de este software significó para nosotros un enorme desafío desde el punto de vista informático, dado que implica que en tiempo real se transfieran, a través de la red, una cantidad de datos y se permita, a su vez, un número y un tipo de operaciones -con alto grado de precisión y detalle- poco frecuentes en aplicaciones de mapeo por internet”, explica Zunino.
La interacción con la aplicación permite a los usuarios notar que existen provincias o regiones de la Argentina en las que, bajo una primera mirada, parecería que la calidad de vida es homogéneamente buena o mala. Sin embargo, al hacer zoom se observa claramente que hay zonas dentro de esas áreas cuya realidad -en términos de calidad de vida- contrasta con la situación general que las rodea: así ocurre, por ejemplo en sectores céntricos de algunas ciudades localizadas en regiones pauperizadas, que contrastan con el resto, o, aún más en detalle, con los barrios de emergencia o countries en algunos centros urbanos.
Un índice con diversos componentes
“Para definir qué tan bien vive la gente que reside en un área determinada tomamos dos grandes grupos de indicadores: los socioeconómicos y los ambientales. En relación a los primeros tenemos en cuenta datos vinculados con dimensiones como la educación, la salud o la vivienda. En cuanto a los denominados ambientales, por un lado, atendemos a los clásicos problemas que pueden tener impacto negativo sobre el bienestar de los residentes –como inundabilidad, sismicidad, asentamientos precarios o contaminación- y, por otro, lo que llamamos ‘recursos recreativos’ –que pueden ser ‘de base natural’, como las playas, relieves, balnearios o espacios verdes, o ‘socialmente construidos’, es decir, teatros, centros deportivos u otras actividades de esparcimiento- como algo que favorece una mejor calidad de vida”, explica Guillermo Velázquez.
Actualmente, la ecuación que utilizan los investigadores para calcular el índice de calidad de vida (ICV) en diferentes puntos del país atribuye un 60 por ciento del peso a los diversos componentes socioeconómicos y un 40 por ciento a los ambientales. No obstante, la importancia otorgada a los datos ambientales ha crecido –otrora, pesaban sólo un 20 por ciento- en virtud de la mayor y mejor disponibilidad de información y el mayor reconocimiento social de su valor respecto del bienestar de la población.
“La calidad de vida es un concepto relacionado con el bienestar de las personas. En ese sentido, depende de ciertas bases materiales, pero está lejos de reducirse a ellas. Si la calidad de vida se redujera meramente al consumo o a algunos indicadores socioeconómicos básicos, sería mucho más sencillo estimarla, pero sabemos que se trata de un fenómeno más complejo en el que también entran en juego variables de otro tipo, que tienen que ver con la escala de valores de la sociedad y las expectativas de progreso histórico”, afirma el investigador.
Un cálculo cada vez más detallado
Los primeros trabajos realizados por el equipo a cargo de Velázquez tomaban como unidad geográfica mínima, para hacer el cálculo del ICV, a los departamentos provinciales. Es decir, cada una de las 525 unidades territoriales de segundo orden -el primero son las 23 provincias junto con la Capital Federal- en las que se reparte la Argentina, que incluyen las quince comunas de la Ciudad de Buenos Aires y los 135 partidos de la provincia homónima.
“Para cada una de estas 525 unidades nosotros calculamos no sólo un número específico que indica la calidad de vida, sino que también hicimos mapas para cada uno de los componentes, socioeconómicos o ambientales, que forman parte del cálculo total”, cuenta Velázquez.
Sin embargo, de manera reciente, los investigadores afinaron la escala a nivel de los 52.408 radios censales en los que se divide la Argentina. En cada uno de estos viven aproximadamente unas mil personas y sus superficies varían mucho según la densidad demográfica. Esto, claro está, agrega matices a sectores del mapa que antes se presentaban homogéneos.
“Para pasar de una escala departamental a una de radios censales (que es mucho más chica), respecto de algunos componentes –como, por ejemplo, el nivel educativo alcanzado por los habitantes o el grado de hacinamiento- pudimos procesar microdatos para cada caso específico. En cambio, para otros componentes –como la mortalidad infantil- no podemos ir más allá de los departamentos. En esos casos, lo que hacemos es asignarle el valor del departamento o de la fracción censal a cada uno de los radios censales que lo integran”, explica el investigador.
Pasado y futuro de la calidad de vida en Argentina
La calidad de vida desde una perspectiva geográfica se puede calcular para el presente, pero también se puede proyectar hacia atrás. Así fue que, bajo el objetivo de hacer un Atlas histórico y Geográfico de la República Argentina, los investigadores llegaron a armar el mapa de la calidad de vida de la Argentina en 1869, que fue cuando se realizó el primer censo nacional. Lo mismo para los siguientes en 1895, 1914, 1947, 1960, 1970, 1980, 1991 y 2001.
“En este sentido, los datos que aporta el sistema estadístico nacional, principalmente a través de los censos, son fundamentales para nuestro trabajo, así como también las estadísticas vitales del Ministerio de Salud y Desarrollo Social de la Nación. Pero para armar los mapas también nos valemos de relevamientos propios, muchos de ellos en terreno”.
La mirada hacia el pasado muestra que las expectativas en torno a la calidad de vida son crecientes: “Las condiciones socioeconómicas y ambientales que en los años ‘50 hubieran sido consideradas propias de una calidad de vida óptima, hoy nos darían un ICV mucho más bajo”, señala el investigador.
Al extrapolar estas conclusiones hacia el futuro, se podría esperar que en treinta años lo que hoy es valorado como una calidad de vida alta, pase a calificarse como de nivel medio. Sin embargo, el investigador advierte que esto no implica necesariamente que la vida de la mayoría de las personas vaya a mejorar.