LANACION // EL CALAFATE.- El aroma embriagante al chocolate reina en la familia Guerrero desde sus orígenes. En estas horas ya tienen lista la producción de más de 1.500 huevos de Pascua, todos únicos, decorados a mano, al igual que hace 50 años, cuando Zelmar fundó en la cocina de su casa un sueño: hacer un producto que identifique a El Calafate. Hoy sus hijas continuaron aquel sueño.
Zelmar Guerrero tiene 82 años y hasta no hace mucho estuvo al frente del negocio, solo lo dejó cuando sus hijas Ana y Karina le prometieron que continuarían adelante con la chocolatería, que si bien tiene un nombre, todos aquí la identifican con el apellido familiar.
“Las Pascuas es el momento de mayor producción, pero también un momento para reconocer a nuestros vecinos que son quienes mas nos recomiendan ante los turistas”, detalla a LA NACION, Ana Guerrero, hoy al frente del negocio, mientras pinta en azul el huevo de pascua de la “línea glaciar”, una delicia de chocolate blanco con pinceladas en azul.
Y ese reconocimiento a los vecinos del pueblo, hoy ciudad, va desde atender los pedidos personalizados –quienes acercan un juguete para incluir dentro de la golosina - hasta en el precio: $1.400 el kg de huevo de Pascua. Aseguran que la decisión comercial fue absorber los costos del aumento de la materia prima y sostener el precio, aún en la crisis.
Cuando Zelmar llegó aquí a principio de la década del ‘60, el turismo era apenas incipiente, la infraestructura era mínima, la mayoría de las calles de la ciudad eran de tierra, y los 70 km de ripio hasta el glaciar Perito Moreno un suplicio para la mecánica. Aún así algunos llegaban a los pocos hoteles que había. Zelmar trabajaba en el hospital local. El abrió un negocio de artesanías, pero buscaba algo mas.
“El aroma al chocolate nos acompaña desde la infancia”, detalla Guerrero. Su padre viajó a Esquel y allí estudió con un experimentado chocolatero. Y empezó en una paila de cobre para derretir el chocolate y en la mesada de mármol de su cocina para templarlo. Un día, con la producción lista, armó cajitas y los repartió en el hospital donde trabajaba y su esposa, en la escuela donde era docente. Ese fue el marketing, impensado hoy en tiempos de internet. Desde entonces no paró mas.
A 1968 se remonta la fecha original del negocio hoy ubicado sobre la avenida principal. Es quizás mas pequeño que otras firmas que llegaron cuando El Calafate ya se convirtió en un “boom turístico”. Sin embargo los Guerrero lograron mantener la tradición.
“La elaboración es manual, usamos recetas propias que fueron perfeccionadas con el tiempo, los chocolates son cortados a cuchillo y decoramos a mano cada barra que llega al mostrador”, detalla Guerrero, quien tiene palabras de agradecimiento para quienes comparten con ella el día a día de la producción.
Su padre, con 82 años, le gusta decir que el ya está en “los cuarteles de invierno” que sus hijas siguen con el negocio, que el está “retirado”. Eso no quita que aún pase a supervisar el sueño que se hizo realidad, que opine y que aporte el conocimiento aprendido en una vida, cuyos secretos culinario atesora y no quiere que trasciendan de la cocina familiar. Sin estar en el día a día, Zelmar colabora y su esposa Ana, acompaña.
Con el tiempo incorporaron maquinaria de templado industriales, y aseguran que siempre mantuvieron la excelencia en la calidad de la materia prima. Lo demás fue creatividad y magia culinaria: mezclaron los frutos rojos característicos de la Patagonia para lograr chocolate rosado, incorporaron moldería europea, utilizan aerógrafos y colores para decorar y respetan el pedido de cada cliente: que va desde los gustos, al tipo de chocolate, los rellenos y los pedidos especiales. “Hasta me pidieron una vez guardar unas alianzas de boda para un pedido de mano”, cuenta Ana Guerrero.
La empresa nunca dejó de ser una empresa familiar, y por eso el vínculo con los habitantes de la ciudad son fundamentales. “Los turistas argentinos son nuestros mejores clientes, ellos nos dicen, ´preguntamos en el hotel, al taxi, al guía y todos nos mandan acá’, por eso nosotros tratamos de devolver un poco a la ciudad ese compromiso que tienen con nosotros”.
Sin grandes anuncios, la Chocolatería Guerrero, siempre es parte de las donaciones para la localidad, tiene un esquema de pasantías y sigue arropando los vínculos que la vieron crecer. Como la vez que hicieron el huevo de 35 kg que llevaba una pintura del glaciar en su fachada realizado por una artista local, de tanta belleza que daba lástima comerlo. O también como no hacer distinción entre turistas y locales: es la misma calidad y precio para todos.-
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